El aire
arreciaba por sobre las hojas de los frondosos árboles. La ventisca que se había presentado minutos
antes, hacía difícil el PODER caminar. Como se podía, se avanzaba, no sin antes
volver a escuchar aquellos chillidos difíciles de olvidar.
Mirando de un
lado a otro, los chillidos y los graznidos venían de todas partes. Sin mayor dilación, se requería buscar pronto
un refugio. El trueno, que de repente
explotó en el cielo oscuro, solo aumento el temor. No había luna ni tampoco
estrellas. Cada paso se tornaba muy
pesado.
El sudor
recorría el rostro. Respirar se volvía cada vez más difícil. El ataque podía
ser inminente. Había un gran miedo de volver la mirada hacia atrás. La rapidez de los perseguidores, era tal que
parecía que corrían al mismo ritmo a ambos lados. La maleza crujía en el pisar de los
cazadores.
Cuando al
fin pensó que había logrado alejarse del peligro. Detuvo su andar, y a pequeños
pasos camino en la brecha que dos juncos creaban como un pasadizo. Un exhalar de alivio salió de sus fosas
nasales, y se sentó sobre una piedra. De pronto todo se volvió una calma.
Pretendió a travesar el manto de la oscuridad frente a sus ojos, como si algo
adelante le estuviera observando detenidamente.
Unos ojos
amarillentos, y unas fauces con grandes y afilados dientes, saltaron de unos
arbustos, con las patas hacia delante, mostrando sus terribles garras mientras emitía
ese agudo y espeluznante graznido, que nunca se olvida.